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Historia del Centenario

Laudato si mi Signore con tutte le tue creature

 

En el contexto de la creación, san Francisco pone de relieve la dignidad soberana y admirable del hombre

«Absorto en el amor de Dios, Francisco discernía perfectamente la bondad de Dios no sólo en su alma ya resplandeciente de toda perfección de virtud, sino también en toda criatura. Y por eso se volvía con singular afecto hacia las criaturas, especialmente hacia aquellas en las que veía la huella de una cualidad de Dios o de algo relacionado con la vida religiosa» (FF 1813).

 

Francisco establece una nueva relación con la creación. No busca a las criaturas para poseerlas o dominarlas, sino que las llama por su nombre, invitándolas a alabar a Dios, que las ha revestido de belleza y bondad. Al contrario, se pone libremente a su servicio, por amor al Señor que las ha creado y se revela en ellas.

 

En esta perspectiva religiosa, la naturaleza se hace transparente a lo divino, permitiendo al hombre reconciliado alcanzar en ella la visión del Señor. Su realidad no se agota en su dimensión terrena, sino en su ser «signo», «imagen», «revelación» del sapientísimo creador, que, al crearla al servicio del hombre, ordenó que se realizara en él, que es «imagen y semejanza» de Dios. 

 

Desde su juventud, Francisco fue un atento observador de la naturaleza, es decir, de todos los seres que existen en el mundo y están sometidos al hombre y ordenados a él, según el admirable designio del Creador. Pero desde su conversión su mirada se hizo más aguda y penetrante, capaz de superar las barreras de la apariencia para sumergirse en el misterio de la creación de Dios, como un peregrino en camino hacia el pleno descubrimiento del amor de Dios.

 

Las criaturas recuerdan y proclaman al Creador. Son vistas y consideradas en una actitud de dependencia y al mismo tiempo de gratitud hacia 

 

Aquel de quien han recibido la viday la belleza. La múltiple variedad de los seres creados testimonia la infinita sabiduría y bondad de Dios, Creador y Señor de todaslas cosas, invitando al hombre, capaz de conocer y de amar, a elevarse hacia Él y a agradecerle estos dones.

 

 

En el contexto de la creación, san Francisco pone de relieve la dignidad soberana y admirable del hombre, configurado a imagen del Hijo de Dios, Jesucristo.

El descubrimiento del Creador no sólo como bien supremo, sino como Padre, abre el corazón de Francisco al canto de las criaturas y junto con las criaturas. Se convierte en cantor del Altísimo, reconociendo la trascendencia de Dios, pero al mismo tiempo dándole gracias porque Él lo ha creado todo, la humanidad y todas las demás criaturas. 

 

Todas las criaturas, ya no vistas con codicia o con espíritu de posesión y dominación, sino reconociéndolas en su dignidad de «criaturas de Dios», se transforman en notas vibrantes para componer el «Cántico de las criaturas». El Cántico se convierte en la forma típica de encontrarse con todos los elementos de la naturaleza, de valorarlos, de activar una nueva relación de respeto y armonía. San Francisco lo compuso un año antes de su muerte, comenzándolo en San Damián, en un momento de gran sufrimiento. Unida a la alabanza a las criaturas, hay también una mirada, más aún, un canto, a las situaciones difíciles del hombre: el perdón y la muerte. El Cántico habla no sólo de la belleza de la naturaleza, sino también de las dificultades de la vida humana: si hay un verso de alabanza al perdón, significa que hay una culpa que perdonar, así como enfermedades y tribulaciones. 

 

Encontramos aquí esa síntesis que el Papa Francisco llama «ecología integral», que sabe conectar el grito de la naturaleza con el de los pobres (cf. LS 49). Por último, Francisco enseña que las dolencias pueden sostenerse en la paz, incluso en situaciones en las que es necesario el perdón. El Cántico enseña a cada uno que lo escucha, a cada uno que lo susurra o reza, el secreto para construir la paz, comenzando donde hay dolencias y tribulaciones.

 

Y, finalmente, la alabanza se extiende también por la hermana muerte, que es posible gracias a la mirada de fe que anima la vida de Francisco, que la orienta hacia la realización última en la vida eterna, la vida verdadera. 

 

«Altísimo, omnipotente, buen Señor», concédenos la fe profunda de Francisco, que nos hace reconocerte como único bien, para que te devolvamos con alegría los dones del cosmos, las vicisitudes de la historia y toda nuestra vida, hasta esa restitución última y final que nos unirá a Ti para siempre.

 

(El texto está tomado libremente de la entrada «La Creación», de CORNELIO BASILIO DEL ZOTTO, en el Dizionario Francescano, 1983, Asís - y de los textos de la celebración de apertura del Centenario del Cántico de las Criaturas - Asís, 11 de enero de 2025).

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